Hace días que el tema más hablado en los medios argentinos es el enfrentamiento entre Viviana Canosa, transodiante y clásica operadora de la derecha y del movimiento anti legalización del aborto, y Lizy Tagliani y Costa, dos de las figuras travesti-trans con mayor visibilidad del país.
La última entrega de esta pelea tuvo a Canosa presentándose en los tribunales de Comodoro Py para realizar una denuncia penal que involucraría a las figuras en casos de pedofilia, prostitución y trata de personas.
Más allá de la veracidad o no de las acusaciones en contra de las mediáticas, los ataques televisivos de Viviana Canosa se enmarcan en una serie de declaraciones de diferentes referentes políticos e intelectuales sobre la supuesta “ideología de género” y el movimiento “woke”, que a su vez van de la mano de modificaciones legislativas que van en detrimento de la población travesti-trans, como es el caso del Decreto de Necesidad y Urgencia a través del cual el presidente Javier Milei prohibió los tratamientos de reasignación de género a menores de 18 años.
Milei fue noticia, entre tantas cosas, por su ya infame discurso en Davos, en el cual se alineó a las políticas en contra de las disidencias sexuales de la derecha internacional.
En esa instancia, el presidente dijo:
“Hace pocas semanas fue noticia en todo el mundo el caso de dos americanos homosexuales que, enarbolando la bandera de la diversidad sexual, fueron condenados a cien años de prisión por abusar y filmar a sus hijos adoptivos durante más de dos años. Quiero ser claro que cuando digo abusos no es un eufemismo, porque en sus versiones más extremas la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil. Son pedófilos, por lo tanto, quiero saber quién avala esos comportamientos”.
¿Cuál es la fijación que tienen estos actores por estas temáticas? ¿Qué motiva estos discursos de odio?
Judith Butler (2007) sostiene en su obra Gender Trouble una crítica superadora al debate circular y binario sobre las concepciones del “género” entre el libre albedrío (el cuerpo es un instrumento mediante el cual un agente puede crear su propio significante cultural y “hacer“ su género) y el determinismo (el género corresponde a un significante cultural que se cierne sobre un cuerpo pasivo en una relación mimética entre sexo-naturaleza y género-cultura).
Según la autora, el sistema de género es organizado en el marco social de la heterosexualidad obligatoria, una matriz de inteligibilidad que opera a través de la producción y el establecimiento de identidades en cuyas bases se ubica el presupuesto de la estabilidad del sexo binario.
El género no es entonces una sustancia, sino el producto de la reiteración de prácticas discursivas que ocultan y naturalizan sus efectos. El género establece una identidad instituida mediante actos de repetición, en los cuales las normas que hacen inteligible el “yo” se articulan en una matriz de jerarquía de género y heterosexualidad obligatoria.
Esta constante repetición que significa la performance del género y sus jerarquías invaden todas las esferas de la vida de los sujetos - es una condición indispensable para cualquier forma de identidad. Tal como resaltan Chaher et al. (2018):
“El orden heteropatriarcal a gran escala se impone a través de estructuras sociales, y permea todos los ámbitos de la vida (...). Las prácticas de poder son reproducidas a escala de lo capilar, de lo casi imperceptible, de lo cotidiano, de lo naturalizado y de lo interpersonal, en el día a día de las rutinas laborales de las empresas de medios y en el ejercicio del poder en las estructuras sindicales”. (Chaher et al., 2018, p. 137).
El género y la identidad son tan endebles, que necesitan repetirse y hacerse carne en los individuos constantemente, en cada uno de sus actos, para poder sostener esta ficción de que son naturales. La jerarquía de género y de heterosexualidad obligatoria, con los privilegios que significan para algunos y la sanción que provocan para otros, necesitan reafirmarse so pena de resquebrajarse por completo.
Tal como sostiene Eliseo Verón, toda producción de sentido es necesariamente social y todo fenómeno social es, constitutivamente, un proceso de producción de sentido. Esta producción será el fundamento de las representaciones sociales y tendrá como manifestación material el discurso.
Es en la distribución y repetición de ciertos discursos que el género y sus matriz de heterosexualidad obligatoria encuentran la estrategia para sobrevivir.
Cuando agentes sociales como Milei o Viviana Canosa producen discursos que asocian la homosexualidad o la transexualidad con la pedoflia, producen una manifestación material del sentido, objetivan una forma de pensar a esos Otros, y reproducen las representaciones sociales que los asocian con lo abyecto, con lo perverso, con lo no-vivible.
No es nada nuevo, son argumentos que fueron utilizados históricamente por las instituciones del género para controlar las identidades, los cuerpos y las sexualidades fuera del imperativo cisheterosexual.
Los ataques a Lizy Tagliani funcionan en dos aspectos: por un lado, deslegitiman a una travesti que se configuró como una de las figuras más importantes del espectáculo argentino; por el otro y por asociación, extienden la condena social al resto de las disidencias sexogenéricas, yendo del caso particular a la generalidad.
Aunque repitamos que la evidencia es contundente y que no hay relación entre la homosexualidad y la transexualidad con la pedofilia, o que los abusos sexuales a menores ocurren principalmente en el entorno familiar y son perpetrados por varones cisheterosexuales, la máquina discursiva del género ya está en marcha.
Las disidencias volvemos a ser lo peligroso, lo que debe ser extirpado, eliminado y dejar de ser nombrado. Todo en nombre de la moral, la integridad y la Fe, que tan de moda se puso en los tiempos en los que el progresismo es nuevamente la fuente de todos los males.
Ante cada paso que demos hacia la posibilidad de tener vidas más vivibles, vamos a recibir una respuesta conservadora. Porque que podamos ser quiénes somos en libertad y sin miedo significa un golpe a los privilegios cisheterosexuales y a la hegemonía.
¿Qué podemos hacer ante esto? Lo que hicimos siempre - organizarnos, salir a las calles, ocupar medios alternativos y gritar más fuerte. Pero nunca frenar, porque el silencio es lo que buscan y lo que tenemos que negarles.
Butler, J. (2007). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.
Chaher, S. et al. (2018). Organizaciones de medios y género : igualdad de oportunidades para mujeres y personas LGTTBIQ+ en empresas, sindicatos y universidades. Córdoba: FUNDEPS.
Verón, E (1998). La semiosis social: fragmento de una teoría de la discursividad. España: Gedisa.