Es de madrugada, estoy de “vacaciones” (preparando un examen) y por mis horarios cambiados no me puedo dormir. En realidad ya dormí, pero no importa.
Tirado en la cama, de costado apuntando al aire, llevo lo que podrían ser horas haciendo doomscrolling. Y entonces, lo peor. Me aparece en el feed de Twitter la cuenta alternativa de un conocido. La curiosidad me gana y entro al perfil.
Las cuentas alternativas son, bueno, eso. Cuentas paralelas que las personas tienen por diferentes motivos, pero entre los hombres gay en particular se usan principalmente con la finalidad de consumir pornografía, producir material sexualmente explícito y participar del mercado del deseo.
A diferencia de las cuentas que se dedican a la “venta de contenido” de manera profesional o semiprofesional, éstas funcionan como un repositorio de porno en la forma de reposteos o likes y como una canal de exposición y exhibicionismo para los que no se animan, al menos todavía, a hacerlo en sus perfiles “oficiales”.
La cuenta que encontré, como las que ya me había cruzado en otras oportunidades, seguía el mismo patrón - fotos de pijas, fotos de culos, comentarios sobre pijas, comentarios sobre culos, comentarios sobre las ganas de comerse una pija o un culo, lo “lindo que sería llenar un culo de leche” o que le llenen el culo de leche, la ocasional mención a otra cuenta fantasma sugiriendo encontrarse, el llamado al encuentro que aparentemente nunca sucede. En fin, una cacofonía de gente sin cara y torsos desnudos, de todas las formas y colores, que parece acallarse cuando el que escribe finalmente termina de hacerse una paja.
En estos perfiles, se maneja una textualidad diferente, las disposiciones son completamente distintas a la de las cuentas oficiales. El tono es, si se quiere, más agresivo, más demandante, más inmediato. La necesidad de sexo parece ser insoportable, todos están desesperados y todos mueren por que pase ahora. Se usan las mismas frases, con leves modificaciones, una y otra vez.
Poco queda librado a la imaginación, todo se muestra salvo, en pocos casos, la cara. Ese es el único halo de misterio, que lo máximo que deja ver es, por supuesto, una barba.
Estas prácticas se parecen y se diferencian con las aplicaciones de encuentros sexuales de hombres que buscan sexo con hombres.
En ambas, rige lo que Eva Illouz denomina una “economía de la abundancia y el intercambio”, en las que las relaciones (o los encuentros) están organizadas como en el mercado, a través de leyes de oferta y demanda, como productos fabricados en serie.
Sin embargo, en Twitter la finalidad última no parece ser el encuentro cara a cara, con todas las complejidades que eso implica, sino el magnificar y potenciar esa conversión del yo privado en una representación pública. La intimidad se convierte en “extimidad”, al mismo tiempo que el anonimato se intenta resguardar lo máximo posible.
Hay entonces un juego entre exposición y resguardo de la persona pública “oficial”, y es ahí donde creo que está lo más atractivo para estos usuarios, más allá del orgasmo ocasional.
Distinto es el caso de las cuentas que se dedican públicamente a la venta de contenido, donde la lógica es la de este capitalismo tardío - pegarla. Algunos quieren ser streamers en uno de los tantos “medios” que se reproducen sin parar gracias a la “democratización” que nos trajo la banda ancha; otros son ludópatas, y éstos quieren ser las cock destroyers del barrio de Almagro.
Todo me parece demasiado. Me bajo, no sigo. Me planteo iniciar una vida monástica. Lo sigo sosteniendo - el acto más íntimo con un otro es dormir una siesta.