Ayer salió un videoclip. Qué vintage decirle así. Un video musical, un MV, un PV si se quiere. El artista es el australiano Troye Sivan, que viene anticipando su single ‘Rush’ (como la marca más famosa de poppers) desde hace semanas.
¿El tema? Genérico. ¿El video? Un desfile de cuerpos muy, muy flacos o musculosos, con la inclusión de una mujer negra con curvas para cumplir con la cuota de diversidad, en lo que se supone que es una fiesta gay.
Los memes en las redes sociales no se hicieron esperar, la gran mayoría criticando el casting de modelos hiperdelgados para el video.
Sin embargo, otra parte del salón criticó la crítica al video, por diversos motivos. Unos, porque no quieren hablar de una inclusión o representación forzada. Otros, porque, en lugar de tirarlo abajo, deberíamos celebrar que un artista abiertamente gay esté publicando videos donde muestra libremente el ejercicio de su sexualidad.
Si bien comparto que la representación en los medios es una herramienta para generar que circulen los discursos sobre otros cuerpos y otras subjetividades que también son válidas, no pretendo que Troye Sivan lo haga en lo que produce.
¿Por qué? Porque Troye Sivan es gay, no es maricón.
Es blanco, flaco, joven, atractivo y adinerado - su única disidencia es entregar el orto y a veces. Es un retrato impecable de la homonorma y lo demuestra con cada elección estilística que hay en ese video - el jockstrap, los poppers, los chongos.
Lo que Sivan mostrarnos es es algo que existe y que es real - la identidad gay, idealizada, funcional al mercado, exclusiva y a la que todos deberíamos aspirar si queremos pertenecer. Es sinónimo de delgadez y consumos problemáticos.
No es extraño que una simple búsqueda nos devuelva numerosos estudios que indican que la población LGBT+ es más propensa que su contraparte cisheterosexual a sufrir trastornos de la conducta alimentaria, en especial por la condición de sujetos estigmatizables y porque los espacios de la propia comunidad pueden actuar de dos formas - aceptar la diversidad de los cuerpos o, al contrario, reforzar las expectativas sociales de los cuerpos y su expresión sexogenérica.
Y no se trata de demonizar al deseo, para nada. La presencia del sexo entre hombres en el video de Sivan aparece hasta sanitizada, diría. Lo abyecto, lo sucio, lo morboso es un simple flash en forma de sudor y de saliva, que no provocan rechazo cuando lo hace un cuerpo tallado en mármol.
¿Tenemos que obligatoriamente celebrar cualquier cosa que haga un artista simplemente porque es “parte del colectivo”? Por supuesto que no.
Lo que sí es crítico es que pongamos de una vez en crisis la puesta en escena permanente del culto a la imagen masculina perfecta.