Our ability to follow through on what we have started often dictates success in many areas of life.
La última milla siempre es la más complicada. Las dos razones que se me vienen a la cabeza, ni exhaustivas ni excluyentes, son el agotamiento y el miedo.
Cuánto placer hay en coquetear con largar todo estando tan cerca de llegar al final. Y en especial en esa tortuosa pero satisfactoria duda constante entre si seguir o no seguir. Ya me lo había dicho Valeria hace años, es ahí en la no elección donde está mi goce.
Después de más de una década, de abandonar, de empezar todo de nuevo, de permitirme amigarme con una de las cosas que más me gustan, pareciera ser que este año termino la carrera.
Lo que para todos debería ser el punto de partida, es mi gran línea de llegada. No se me ocurre qué viene después de esto porque mi recorrido fue a la inversa - llegaron primero el trabajo y las oportunidades, el crecimiento y el despilfarro.
Al igual que me paraliza el miedo de no ser lo que debería ser, muero de ganas de lograrlo de una vez.
Me quedo despierto a la madrugada fantaseando con ese momento, me dan ataques de alegría, no puedo creer que esté por suceder.
Los últimos años revivieron en mí una pasión por el oficio que sólo la puedo comparar con la que siento cuando hablo de pop en Rari, cuando hago reír a la gente, o cuando miro a mis gatos bostezar.
Y pese a todo, una o dos veces a la semana fantaseo con empezar crítica de artes, o mejor mudarme con Cecilia y dedicarme a ver la noche polar.
Pero no, esta es la tarea más importante. Llegó el momento.
Va a estar lleno de desafíos - personales, laborales, emocionales, financieros y hasta cósmicos. Todo puede ser una eventual excusa para largar la toalla a centímetros de la meta y regocijarme en mi mediocridad.
No. Retroceder, jamás. Sólo necesitaremos estar más medicadas que nunca.