procedimientos para fijar o transformar la identidad en función de un cierto número de fines y gracias a las relaciones de dominio de sí sobre uno mismo
Son las ocho de la mañana de un sábado y estoy en café de especialidad que es realmente hermoso. Está montado en una casa antigua de Colegiales, cerca del primer departamento donde viví solo. Tiene una puerta inmensa de madera, pesada, y muchas ventanas con vitraux que me hacen sentir con una disforia de clase muy fuerte.
El término disforia de clase se lo escuché por primera vez a Marlene Wayar en el estacionamiento de la vieja sede de Marcelo T de la Facultad de Sociales, en una charla que estaba dando con Karen Bennett. Ahora que lo pienso, quizás fue Karen quien lo dijo, fue hace mucho tiempo. Me pareció un concepto gracioso, interseccional y muy adecuado.
Hace poco escuché por primera vez el término “racismo ambiente”. No es que no tuviera una idea de a qué se refiere, pero nunca lo había escuchado nombrado así. Creo que es extendible a muchas otras situaciones de desventaja u opresión más allá del racismo, y la sensación que estoy teniendo ahora más que de disforia de clase podría claramente ser clasismo ambiente.
Pero eso no importa. Estoy en este café, cuya comida voy a pagar con esa moneda invisible y falsa que es el crédito, porque hoy tenía que empezar mis sesiones de kinesiología y el centro médico al que fui no ofrece lo que necesito. Habría sido ideal que me dijeran que no hacían kinesiología facial cuando saqué el turno y mandé la epicrisis y la orden médica, pero bueno. No me voy a quejar, pude caminar un rato por este barrio hermoso y ahora como panqueques con fruta fresca usando plata que no tengo.
Las sesiones de kinesiología las necesito porque tengo la mitad izquierda de la cara paralizada. Llegué hace una semana a la guardia sintiéndome mal, pensando que tenía una reacción alérgica, y los médicos activaron el protocolo ante sospecha de accidentes cardiovasculares. Pasé una noche en internación, me hicieron estudios por imágenes y descartaron todo. No saben por qué pasó, si por estrés o por la vacuna de la gripe o porque alguna vez tuve un herpes o porque la vida es así, pero terminé con la cara paralizada, sin poder cerrar un ojo, durmiendo con un parche y volcándome encima el té.
El lado bueno de haber colapsado es que no lo sentí como un colapso. Es más, yo estaba bastante tranquilo cuando me empecé a sentir mal, tomando un té boba mientras cruzaba la 9 de Julio babeándome.
Lo otro positivo es que me pude tomar un día del trabajo. Un día es un día, y lo pude aprovechar para dormir. Aunque al despertarme de la siesta me puse a revisar algunas cosas de la oficina, porque me da miedo que no puedan hacer nada si no estoy.
Y también es verdad que me sentí bastante apoyado, incluso por personas de las que no me lo esperaba. Aunque también es verdad que recibí mensajes que, junto con el apoyo, ponían la responsabilidad de todo lo que estaba pasando en mí y mi incapacidad por cuidarme, tener una vida sana, comer bien, hacer ejercicio, tomar medicación psiquiátrica y, por supuesto, estar gordo.
Es muy gracioso, y por gracioso quiero decir increíble, y por increíble quiero decir de un cinismo supino, que las mismas fuentes de los estresores en tu vida sean las que te pidan que seas capaz de no estresarte. El nivel de management del yo y de autocontrol de este capitalismo tardío supone que te exprimas al máximo mientras te autorregulás por no explotar, lo cual siempre termina mal. Yo soy la prueba de eso. Quizás en lugar de mágicamente no estresarme, como si el cerebro funcionara a demanda, podría, no sé, trabajar menos, cobrar más, no tener deudas.
Pero bueno, como ya dijo Guille Milkyway, podría ser peor. Voy a tratar de no estresarme. El jazz suave del café me va a ayudar. El pago en crédito no.
Había un tema de Scratch 8 llamado "Podría ser peor" también. A tener en cuenta.