Representar las palabras o las ideas con letras u otros signos.
Hace un año y tres meses que no escribo nada. En realidad, escribí. Mensajes, correos electrónicos, ensayos, ponencias, discursos, informes, actos administrativos… Incluso hoy desperté habiendo escrito los fundamentos de un sumario en mis sueños.
Pero hace un año y medio que no me siento a escribir, a usar la escritura como una herramienta de terapia. Y es que justamente es eso lo que me aleja y me causa rechazo, porque uno sólo puede tolerar hasta cierto punto que todo lo que escriba sea triste, desgarrador, emotivo o simplemente vergonzoso y disponible para cualquiera lo suficientemente curioso.
Y cuando escribo “uno” me refiero a mí, porque ya me dijeron muchas veces en terapia y sesiones de coaching de liderazgo a las que asistí obligado que hay que hablar en primera persona. Yo sólo puedo tolerar hasta cierto punto escribir mis penas.
Lo que en un principio parece un alivio, el dejar de escribir, se torna a largo plazo en contraproducente, pues se elimina el canal que se usa para expulsar lo malo y todo eso se acumula, se torna insoportable.
Entonces la cuestión está en cuándo y por cuánto tiempo sufrir la incomodidad, y en si esa incomodidad se transforma en dolor.
Podrían decirme que no hace falta publicar todo lo que uno escribe (lo que yo escribo), pero siento con convicción que este tipo de escritura no surte efecto si no existe la posibilidad de que otro pueda verlo. Quizás tenga que ver con desear justamente eso, que el subtexto sea recogido por su destinatario. Pero eso no está asegurado, y en realidad se grita (le grito) a la nada. Y sin embargo, el eco puede llegar.
También puede ser que uno (yo) considere que lo que tengo para decir es importante, y la realidad es que no, al menos no en cuestiones del alma, que son las que se vuelcan en un diario de terapia.
¿Pero no es acaso la autoconciencia la lucha a muerte por el reconocimiento? Sepan disculparme, durante este lapsus volví a obsesionarme con Georg y todos sus comentaristas. Incluso quise retomar la lectura pura de la Fenomenología, pero me sentí realmente tonto porque nada que leía reflejaba lo que los comentaristas me decían que estaba queriendo decir(me).
Pese a todo, hoy decidí escribir. En un contexto caótico y de crisis, donde no sabemos en qué medio vamos a seguir gritándole al viento nuestra cotidianeidad insignificante, vuelvo a exponerme a la nada. Esta vez se sintió bien.