Después de tres años de vivir sin luz natural, finalmente pude mudarme. De a poco voy convirtiendo el nuevo departamento en un hogar. Ya tiene los libros acomodados, mis discos de japonesas y mi biblioteca donde exhibo las cosas que más me gustan.
Compré sabanas nuevas, de color ocre, y una almohada que no está toda apelmazada. La perfumé, con una fragancia para el living y otra para el baño. Disfruto todos los días de tener una bañadera y no un cuadrado. Me puedo mover, uso diferentes esponjas y jabones para sentirme limpio. Hasta conseguí una oferta en un juego de toalla y toallón amarillos, como todo lo que me gusta.
Todavía me falta traer algunas cosas, como una estantería donde pongo los discos de k-pop y las figuras de acrílico de Hello! Project, o la ropa de invierno.
Hablando de ropa, el lavarropas no se puede traer a esta cocina, así que estoy yendo a hacer lavados al departamento viejo.
No me gusta volver. Si bien no me gustaba dónde estaba viviendo, me sentía cómodo en mi cuarto. Pero una vez que me fui, me sentí expulsado de manera definitiva.
No caí en la cuenta del estado deplorable en el que estaba viviendo hasta que hicimos la mudanza. Quiero creer que los muebles tapaban el desorden y la suciedad, y que la cocina quedó como quedó porque el agua del deshielo terminó debajo de la heladera, mezclándose con restos de fruta y el cartón de la caja de la base de la cama.
Pero la realidad es que hace mucho tiempo que estaba así, como mínimo desde que entre los gatos y yo rompimos la bacha del baño y nunca la arreglé. Perdí la cuenta de las veces que me corté los dedos apoyándome en la cerámica cortada o tratando de sacar restos de pelo después de rasurarme la cabeza. También de los papeles de curitas que dejaba tirados en el piso porque no tenía ganas de barrer.
Hace unos días una amiga me acompañó a la casa vieja después del trabajo para llevar una de las teles y algunas cajas a la casa nueva. Creo que no voy a olvidarme nunca de la cara que puso cuando vio cómo había quedado el departamento después de la mudanza - la ropa tirada por el suelo, las botellas vacías de Pepsi Black, los charcos de sustancias dudosas en la cocina y las bolas de pelo del gato.
Una de las primeras cosas que me dijo cuando se le pasó el asombro fue “¿Cómo podías vivir así?”. Se puso un par de guantes de cocina y empezó a limpiar. Le pedí por favor que no lo hiciera, y me contestó que yo necesitaba ayuda y que era una situación que teníamos que atravesar, porque no iba a poder solo.
Los últimos dos años consistieron en engordar muchísimo, pelear unas elecciones para perderlas, en tener un nuevo jefe que me bajó el sueldo, en poder cambiar de trabajo resignando plata y en finalmente recibirme. Fueron años de tensión, piloto automático y mucho delivery. ¿Sabían que Rappi tiene un wrapped, como Spotify? Según la aplicación, soy la persona número 676 en el ranking de las que más pedidos hicieron durante el 2024 en la Ciudad de Buenos Aires. Estoy dentro del 1%.
Hace meses que tomo de manera intermitente la medicación para la depresión. Porque me olvido, porque quiero poder tener un orgasmo, porque siento que estoy mejor cuando en realidad no. A veces no tomo la sertralina y a veces duplico las pastillas para dormir.
La psiquiatra está convencida de que estamos bajando gradualmente la dosis, pero hace casi un año que no tomo los 200mg, la dosis máxima, y con suerte me acuerdo de tomar una pastilla de 100. Lo bueno es que sí cumplí con la reducción del ansiolítico. Los 0,5mg de clonazepam son como un caramelo a esta altura.
Quiero creer que el sol que entra por la casa nueva me va a ayudar a mejorar. Estoy tratando de mantener todo ordenado. Paso el trapo todos los días, y saco la basura. Compré bolsas más chicas, para no juntar basura en bolsas de consorcio y tener problema con las mosquitas.
Mis gatos están felices, o al menos así los siento yo. Miura se adaptó perfectamente a la casa desde el primer momento, y Daichi superó sus miedos y ahora se la pasa con las pupilas chiquitas, tirado en la cama y haciéndome ojitos. Como siempre, me siguen para todos lados, pero hablan más. Y Daichi no para de tirarse panza para arriba para que le haga mimos.
Hoy fui al departamento viejo a lavar una carga de ropa y a buscar utensilios de cocina, porque me vine con un tenedor, dos cuchillos y un plato.
Mientras juntaba mis cosas en bolsas de plástico, vi por la ventana del comedor que sobre el techo del patio del vecino todavía están las macetas que dejó la personas que ocupó el departamento antes que yo.
Y en una de ellas hay una planta con muchas hojas, muy verde, que siguió viva durante años sin que yo le prestara atención. Ojalá que no muera.
Substack te necesita y necesita tus hermosos textos.