Todos estamos yendo allá o a la muerte, entonces amigate con la edad desde ya.
El martes pasado Charo López dijo algo en su programa de radio, Qué Olor, que festejé pero me dejó pensando. Resumiendo, aconsejó a la juventud que no bardearan a la gente más grande por hacer cosas que supuestamente son para jóvenes, como “ir al baile”, porque en definitiva lo único que logra es condenarse a sí misma a no poder disfrutar de eso en el futuro.
La sensación de estar llegando al final de la juventud o de que el carril se queda sin hilo me preocupa desde que tengo memoria, pero en especial ahora que llegué a los treinta
Cuando retomé terapia hace unos cinco años, una de las cosas que le pregunté a mi entonces analista fue hasta qué edad iba a poder vestirme como yo quisiera. Su respuesta fue un decisivo “Siempre”.
Mi amiga Sabrina siempre dice que hay que vestirse como a uno le gusta, no como dicta la moda, porque el paso del tiempo hace que la moda quede desactualizada, mientras que si uno viste como gusta, siempre será fiel a su estilo.
Creía que para esta edad habría encontrado una forma de vestir y sentir que sería mía y me acompañaría para siempre, pero se torna más difuso con el paso de los años.
Supongo que oscilo entre dos polos, lo oscuro y lo estridente. Con la pandemia me animé más a salir de lo estrictamente negro y empezar a jugar, incluso en esos tonos. Formas raras, otro tipo de telas, zapatos gigantes. Me ayudó mucho que se pusiera de moda lo industrial y lo gótico que coquetea con el BDSM y el plástico, un momento en el que el estilo y la moda hacen match y hay que aprovechar a hacer acopio.
Pero también me animé a colores, a vestirme todo de amarillo, a hacer lo que yo quiero.
Me sigo rebelando, cuando puedo, incluso en la oficina. Jamás de camisa, lo máximo es una chomba con un cárdigan. Estoy en reuniones con gente muy importante y en mi pecho hay un “Mitski” escrito como si fuera un logo de banda de heavy metal. Cambié el color de pelo seis veces en tres meses.
También volvieron mis ganas de salir de noche, de bailar, de divertirme. La noche es algo que siempre me brindó la posibilidad de desinhibirme y que el medio por la mirada del otro se calmara un poco. Además, en especial habiendo pasado la pandemia, siento que no la aproveché lo suficiente, ya sea por no tener con quién salir o porque me daba miedo volver a espacios donde hay personas que quiero evitar.
¿Viejazo, crisis de la mediana edad? No lo sé. Llegaron las tres décadas y volví a preguntarme si quizás llegó la hora de comprar el polo negro definitivo y quedarme ahí.
Creo que todavía no, no mientras me quede pelo en la cabeza para seguir maltratando.